lunes, 11 de julio de 2011

Crisis Madre


Crisis Madre
¿Quién de nosotros no tiene un familiar, un amigo o conocido que no esté viviendo y sufriendo los avatares que está atravesando nuestra madre patria en este momento? ¿Quién no leyó un diario que diga que España está inmersa en una de las peores crisis económicas de su historia, reflejada en la escalada de protestas sociales que se presentan hoy en las ciudades más importantes?

En las siguientes líneas se dará una pequeña explicación de cómo es que se llegó a una situación tan apremiante, donde siempre los que terminan pagando los platos rotos son los mismos: los trabajadores.

Desde el principio…
La crisis financiera internacional del 2008 ha sido el detonante que ha precipitado el ajuste de la economía española. El inicio de la crisis Subprime destapó una olla donde la misma se encontraba llena de desequilibrios insostenibles; quizás la corrección se hubiera demorado sin la crisis financiera y hubiera sido menos violenta, pero el ajuste (reducción del crecimiento, capacidad productiva, del empleo y venta de activos) se habría producido en cualquier caso.
En España la inversión y la producción crecieron entre 1995 y 2007 por motivos particulares y coyunturales. La inversión privada se especializó y creció en la actividad constructora y en el turismo, en la que se daban circunstancias excepcionales para el negocio. Pero una vez el recorrido de estos mercados se agotó por sobreproducción y las expectativas de crecimiento se cerraron ocasionando un efecto arrastre al resto de la economía, intensificado a su vez por la crisis internacional.
Aquellas vetas de negocio representaron un refugio transitorio para el capital que huía de otros sectores con márgenes inciertos. Su magnitud supuso que la inversión en construcción residencial superase a la de cualquier otro tipo, a niveles extraordinarios sobre todo desde la segunda mitad de los ‘90 y hasta 2007. La construcción (con un 44,7% de índice de crecimiento entre 2000 y 2007)  ha sido el sector promotor del crecimiento, con efecto arrastre en actividades de servicios como la intermediación financiera (89,8%) y las inmobiliarias (31%); otro sector que creció también fueron los correos y telecomunicaciones con un 33,5%. Esa inversión “refugio” en el sector de la  construcción residencial albergaba flujos de capital que huían de las recurrentes crisis financieras y de la deuda externa internacional que amenazaban con cesaciones de pagos.
Todo ello, en un contexto de política monetaria expansiva con tipos de interés reales muy bajos y con una desregulación del sistema bancario que propició una concesión de crédito en extremo permisiva.
Durante 1995-2007 la demanda se compensó por la amplia creación de empleo (de mala calidad). El intenso modelo de crecimiento español se sostuvo bajo la extensión de un empleo de bajos costes, precariedad y derechos limitados, en el cuál se ha visto entrampada una gran mayoría de la juventud, las mujeres y, sobre todo, la inmigración, que se incorporó de manera sustancial en los últimos quince años en condiciones muy vulnerables.
Al mismo tiempo, con una influencia de máxima relevancia, la desregulación del sistema financiero hizo posible iniciativas de alto riesgo. La industria financiera, para obtener masas de beneficio con bajos márgenes financieros, optó por conceder créditos de cualquier manera, al menos hasta el inicio de la crisis. Mientras tanto, el Banco de España no demostró mucho interés por controlar ciertas variables como los encajes bancarios y las reservas obligatorias, permitiendo que todo siguiera su curso y con la sola excepción de algunas medidas de prudencia aisladas.
España dentro del EURO
Al ingresar a la eurozona el país ibérico tuvo que aceptar cierta condiciones que el pasado podrían parecer beneficiosas pero hoy en día son camisas de fuerza que mantienen maniatado al gobierno para poder aplicar herramientas de política económica apuntadas a salir de la crisis actual.
España se amarró a una moneda común en proceso de sostenida apreciación. Esto fue producto de la ortodoxia del Banco Central Europeo, que privilegió durante años el combate a la inflación por sobre el nivel de actividad económica con tasas de interés superiores al promedio internacional.

Eso generó un tipo de cambio fijo intrazona que dejó a las naciones miembro sin política monetaria y con un moneda tan cara extrazona que permitió a los españoles  (también a los griegos, irlandeses y portugueses) soñar por unos años con las mieles de la Comunidad Económica Europea: viajar por el mundo, recibir préstamos a tasas bajísimas y elevar su estándar de consumo, pero a costa de un creciente endeudamiento, del desmantelamiento de su estructura productiva (invadida por importaciones tanto intra como extra eurozona) y sin capacidad de exportar al mundo.
El pecado original de Europa fue doble. Primero, fijar un tipo de cambio muy apreciado y, peor aún, fijarlo común para todos. Desde que se lanzó el euro, la duda de todos los economistas era la misma: ¿cómo harán más de 20 países con realidades económicas tan heterogéneas y disímiles (productividad, coeficiente de apertura al exterior, inflación, situación fiscal, etc.) para convivir bajo el norte de un mismo tipo de cambio? ¿Es lo mismo Alemania que Estonia? ¿Francia que Luxemburgo? Con el correr de los años y sin problemas a la vista, las dudas en ese sentido se acallaron. Pero el tipo de cambio que se adoptó para todos los países, resultó en una suerte de selección adversa, fenómeno que popularizó el premio Nobel Joseph Stiglitz décadas atrás al estudiar el mercado de créditos bancarios. El nivel de tipo de cambio que fue tomando el euro resultó en un promedio del nivel cambiario que requieren los países para competir extrazona, que desembocó en una depreciación encubierta para algunas naciones (Alemania, por ejemplo, que hoy está en su récord histórico de exportaciones), mientras que para otras (los países más débiles) resultó demasiado apreciado.
Los españoles, a diferencia de los argentinos en 2001 o brasileros en 1999, no tienen hoy moneda propia. El euro reemplazó a la peseta,  es decir, no tiene España herramientas de política monetaria (léase devaluación) para poder intentar incentivar a la economía, sin contar con el poco margen de maniobra que tienen en el plano de política fiscal.
La península hoy
La tasa de desempleo registrada en el mes de enero del 2011 ha pasado a ser la más alta registrada en la historia del país, alcanzando los 19, 4%. España destruyó tres millones y medio de puestos de trabajo entre 2008 y 2010. No hay trabajo para las nuevas generaciones y la tendencia de la expatriación continúa profundizándose. El informe señala que más de 900.000 jóvenes menores de 25 años seguían sin trabajo en España el pasado mes de noviembre, lo cual equivale al 43,6%.
Frente al horizonte negro de un futuro incierto, en los últimos dos años, más de 110 mil de ellos decidieron partir para buscar en otros lugares la prosperidad que el presente les niega. Aunque la gran mayoría eligió como destino países desarrollados, según un estudio de la consultora internacional Adecco, basado en datos del departamento de migraciones español, 33.543 vinieron a la Argentina para estudiar o trabajar. El promedio –1.200 por mes– ubica a los españoles como tercer grupo migratorio no latino del país, detrás de los chinos y los estadounidenses. Tienen entre 25 y 35 años, están calificados y conforman el segmento más golpeado por el colapso económico en la Península Ibérica.
 Y por el lado de los argentinos que huyen de España, podemos decir que desde el 2008 ha descendido en casi 10% el número residentes porque han decidido  volver a nuestro país. Antes de la crisis había 100.211 argentinos con residencia en España (el cálculo no incluye a aquellos radicados en la península con otra nacionalidad europea ni a los que residen ilegalmente).
En este contexto, la caída de los ingresos fiscales por la recesión ha elevado el déficit público extraordinariamente en muy poco tiempo –la necesidad de financiación del sector público asciende a fin de 2009 al 11,4% del PIB-, cuando en 2007 había un significativo superávit.
No obstante, es preciso dimensionar esta cuestión: el porcentaje de deuda pública en España, con la que ha financiado sus (irregulares y desorientados) planes de contención de la crisis, a pesar de haberse incrementado velozmente (en 2008 estaba en el 39,7%), aún tiene niveles manejables (el 55,2%del PIB a fin de 2009, según el Ministerio de Economía y Hacienda, aunque algunos datos no oficiales ya apuntan el 74%). Aún encareciéndose el recurso a financiarse por esta vía, no debe contemplarse esta situación como una catástrofe, aunque desde luego sí detraerá recursos, y, además, supone una presión directa al incremento de los tipos de interés.
¿Le suena?
Si esta historia le suena parecía a un país en el cual se ató a una moneda como el dólar, desmanteló gran parte de su entramado industrial, aumentó exponencialmente su deuda publica y su desempleo y permitió a sus ciudadanos poder viajar a Miami y consumir todo tipo de bienes importados a lo largo de una década, es sólo coincidencia…

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